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Anteriormente les habíamos entregado dos artículos sobre este mismo tema, que es necesario leer para entender todo el contexto.

Entendiendo El Globalismo (parte I)

Globalismo (parte II)

Antes, es necesario insistir en el  concepto de “patriotismo”, o del “movimiento patriota”, que es justamente todo lo contrario al globalismo, al que también, en algunas regiones del orbe han llamado “movimiento conservador”, “conservadurismo” o “antiglobalismo”. 

No se puede ser contrario a lo que no se conoce, por eso nos hemos interesado en que éste tema se conozca y se divulgue, y a partir del conocimiento cada persona pueda ubicarse voluntariamente como globalista o -conservador y patriota-, sobre todo en vísperas de una nueva elección, donde todos debemos tener claros los conceptos y así, poder identificar si un candidato o partido es globalista o es lo contrario (conservador).

En ésta nueva entrega, vamos a explicar cómo el globalismo nos declaró la guerra.

 Todo sucedió muy rápido. Un virus comenzó atacando la salud, para seguir con la economía y, finalmente, con el armazón político y nuestro modo de organización social. Nuestros valores y nuestras costumbres peligraban. El ayer dejó de existir. Parecía que nada volvería a la normalidad. Era una situación extraordinaria, absolutamente nueva y desconcertante que noqueó a 7.800 millones de personas, que comenzaron a vivir pendientes de una entidad invisible pero mortal.

En los medios de comunicación, el miedo sustituyó al análisis y a la investigación. Las medidas que los Gobiernos de todas las naciones adoptaron transformaron nuestras vidas de la noche a la mañana. Primero prohibieron fiestas y celebraciones: la Semana Santa, el día del padre, de la madre, la independencia, los partidos de fútbol, las misas… A renglón seguido cerraron los hoteles y los bares. Luego cayeron las compañías aeronáuticas. El sector turístico, uno de los más florecientes tras la crisis de 2008, desapareció de un plumazo y, con él, nuestro ocio y nuestra diversión.

Nuevas compras de deuda, nuevos préstamos y rescates se avalarían con nuestro futuro y el de nuestros hijos. Una esclavitud sin límites amenazaba en el horizonte. Los sucesos geopolíticos no ocurren aislados; todos están interconectados, suceden en un contexto determinado y siguen unas fases temporales definidas.  En la geopolítica de la globalización,  el contexto estaba claro, y no era otro que la declaración de guerra a la humanidad.

Hay quien confía en los políticos; otros, en los mensajes que difunden los medios de comunicación; algunos, en los consejos de su cantante o actor favoritos, pero detrás de lo que vemos hay otro mundo, también real, pero oculto, con sus propios intereses y sus modos de presionar a los gobernantes y a los ciudadanos para lograr sus propósitos. Ese mundo real e invisible lo forman seres con una psique distinta a la del resto de los mortales. Colaboran entre sí para volverse cada vez más poderosos, pero también pelean los unos contra los otros por ocupar el primer lugar en su ranking particular. Nos referimos al Poder con mayúsculas, ese que va más allá de lo imaginable y que se sirve de un arma fundamental: la mentira.

Algo muy grave estaba ocurriendo. Acababan de poner en marcha una operación de guerra psicológica; una acción secreta, conocida por un número muy reducido de personas, en la que participaban funcionarios del Estado, presidentes de Gobierno, periodistas, científicos e intelectuales que, aun sin conocer del todo el plan maestro, sabían que para sobrevivir debían subir al barco y dejarse arrastrar por la corriente. Los métodos de guerra han cambiado. Las antiguas bombas de metralla han sido sustituidas por las bombas de datos, que se disfrazan de información pero que no son más que propaganda. Mensajes homogéneos, cuidadosamente elaborados, para dar en la diana de las emociones y los sentimientos de la masa. Mensajes cómodos en apariencia pero terroríficos en su fondo. Como a los indígenas de Alaska, que, engatusados por los franceses, cambiaron sus tierras por bisutería barata, nos intentaban convencer de que debíamos ceder nuestra libertad a cambio de «seguridad».

En la literatura científica publicada en la Web of Science y PubMed sobre la Organización Mundial de la Salud, hay numerosos artículos en los que la OMS y sus científicos colaboradores defienden la reducción del crecimiento de la población y trabajan desde los años setenta del siglo XX con programas de investigación de vacunas contra la fertilidad. ¿Coincidencia?

El alineamiento entre la ideología del poder globalista y los científicos de la OMS es más que obvia.

Todo está escrito desde los años sesentas y setentas del siglo pasado, en el «Informe Kissinger» (1974), que sintetiza la ideología de la élite y que se viene aplicando al pie de la letra ininterrumpidamente, apoyado por el Banco Mundial, la ONU y otras fundaciones, como la Rockefeller, la Ford, la Open Society y la Fundación Gates.

Conociendo todo el contexto, es fácil concluir que desde su fundación, uno de los objetivos principales de la ONU y de su ministerio para la salud, la OMS, ha sido servir a la reducción de la población mundial y no a fines médicos hipocráticos. La OMS se fundó en 1948 e inmediatamente adoptó la política de la «planificación familiar», aunque los antecedentes se remontan al año 1916, cuando se inauguró en Estados Unidos la primera clínica de control de natalidad fundada por la enfermera Margaret Sanger, que, poco tiempo después, debido a la repulsa que sus objetivos causaron en la opinión pública, cambió de nombre. Pasó a llamarse Planned Parenthood, y siguió insistiendo en que la «reducción de la fertilidad» era una necesidad fundamental no solo para Estados Unidos, sino para la «salud mundial». Ha pasado un siglo desde entonces, pero esta ideología sigue activa en la actualidad, aunque es completamente desconocida por la mayoría de los ciudadanos. Sus circunloquios retóricos pretenden ocultar que sus objetivos son matar a aquellas personas «sobrantes» que les hacen descuadrar sus cuentas

Las nuevas élites constituyen una clase trasnacional, global, surgida de su expansión durante los tres últimos siglos, que alcanza su culmen después de la Segunda Guerra Mundial con la vertebración de la élite occidental procedente de Europa y de Estados Unidos en una institución inédita hasta entonces: el Club Bilderberg.

Dicha élite está auspiciada por los servicios secretos y los intereses de los industriales y de los banqueros, sin olvidar la conexión con los partidos políticos y la prensa. Las élites globales se han estado reuniendo desde hace décadas para discutir cuestiones clave de política social y económica, alejados de cualquier control democrático y sin crítica informativa por parte de los grandes medios de comunicación. Descubrir las interconexiones y los verdaderos grupos de interés o de control que hay detrás de cada corporación es en algunas ocasiones imposible de constatar debido a su opacidad. La dificultad de obtención de datos fiables y precisos se convierte en una labor titánica.

Toda estructura de poder elabora un discurso, un mensaje que la consolide. Para ello, la vinculación y la complicidad mediática son imprescindibles. En la Era Global, las principales características de las empresas mediáticas son la concentración y la diversificación, lo que provoca un mensaje homogéneo que puede perjudicar el sentido crítico de los receptores. El poder de las élites para cambiar las emociones y, como consecuencia, los comportamientos individuales y colectivos se ha ejercido siempre desde una estructura de comunicación: El sector mediático posee una diferencia con otros negocios: vende programación, mensajes con un afán mercantil, pero, a la vez, de manera consciente o inconsciente, lleva a cabo una proyección de intencionalidad ideológica. Si en una película estadounidense aparece una bandera de Estados Unidos de forma intencionada —como suele suceder y no una sola vez—, dicho país está desarrollando una estrategia doble: venta de un producto audiovisual —un filme— y venta ideológica de su simbología y de su significado.

No siempre hemos dispuesto de los instrumentos que hoy nos permiten analizar y desmontar piedra a piedra el muro de la caverna platónica tras el cual se ocultan quienes proyectan los mensajes y las imágenes que recibimos, orientados a crear determinados «estados mentales y a controlar el pensamiento y la acción». Sin embargo, hoy sí podemos descifrar las intenciones y los efectos que anhela alcanzar la ideología de los manipuladores.

LA IDEOLOGÍA DE LA ÉLITE

La élite globalista está usando la táctica de la pandemia para cambiar las reglas y establecer un nuevo orden mundial. Para acceder al nivel más oculto del poder, hay que recurrir a la Historia, esa que el poder pretende sustituir por lo que denomina «memoria histórica». Es un viejo ardid: la Damnatio memoriae, es decir, destruir la verdad antigua y sustituirla por una realidad inventada.

Por ello, el supuesto virus del murciélago no es lo más importante. El auténtico virus que está actuando y que avanza destruyendo lo antiguo es el virus de la mentira. Y ese nos lo administran todos los días en televisión. Hay dos laboratorios en esta historia: uno, el de Wuhan, otro, el gran laboratorio sociológico donde se habría diseñado y programado la ingeniería social de la pandemia. Ignorando la historia de este gran centro de manipulación y sin conocer nuestro pasado, nadie puede entender ni los acontecimientos presentes ni el futuro de la llamada «nueva normalidad».

Desde estos laboratorios se trabaja bajo los parámetros de la ideología de la élite. Este es el marco de pensamiento y acción donde nacen los terribles sucesos que estamos viviendo hoy y donde hay que enmarcarlos para comprenderlos. Cómo se forman los mensajes sobre la pandemia, cómo se elige a los emisores, cómo nos venden a un político o una nueva norma con las mismas técnicas publicitarias con las que nos venden un automóvil. Nos prometen un viaje al paraíso y, sin embargo, lo que finalmente obtenemos es un billete al infierno. El engranaje parece sencillo, pero no lo es en absoluto. Se trata de un mecano mental y emocional en el que cada pieza está diseñada para cumplir una función.

Es imposible conocer la sociedad contemporánea y el fenómeno de la pandemia si no entendemos antes el enorme poder de la comunicación y la manera en que esta es manipulada por el poder: […] es un absurdo separar ahora la economía, la política y la cultura. La comunicación electrónica sirve de denominador común a todos los que contribuyen cada vez más a la producción de todos los bienes y servicios. Y la información, que se ha convertido en parte principal del proceso productivo, siendo ella misma un bien importante por derecho propio, se rige también por las leyes del mercado que ocasionan uniformidad en la producción industrial y cultural.

LABORATORIOS DE MANIPULACIÓN SOCIAL

A menudo, se escucha que el origen del control social proviene del marxismo cultural. Pero no es exactamente así. Fueron los norteamericanos quienes se apoderaron de los sociólogos de la Escuela de Fráncfort, como un botín de guerra, en su Escuela de Chicago, fundada en 1890 por la familia Rockefeller para lavar su nefasta imagen pública.

Karl Marx había sentado los fundamentos contemporáneos de la economía política como método para analizar el conjunto de la sociedad, que, para él, estaba articulada en dos áreas: la infraestructura material-económica, es decir, la estructura económica de la sociedad, y la superestructura ideológica, esto es, las instituciones jurídico-políticas-religiosas, el Estado, el derecho y las «formas de la conciencia social». Señalar las distintas fuerzas que confluyen en el acto comunicativo y distinguirlas como categorías estructurales fue la aportación básica de Marx a la naciente ciencia de la comunicación.

Es bastante revelador que no se considerara la comunicación una ciencia hasta mediados de los años noventa del siglo XX. Y esto a pesar de que la escritura es la primera ingeniería humana. Tan importante es, que la propia Historia se divide en dos: antes de y después de la escritura. En Sumeria, a los que manejaban la palabra (escribas y sacerdotes) se les consideraba magos. Es muy lógico verlo así porque precisamente es la palabra la mayor fuente de manipulación humana, tanto para el bien como para el mal.

La élite de la Escuela de Chicago sabía del carácter científico de la comunicación y de su potencial para cambiar los comportamientos humanos, y, por ello, se resistía a que sus usos y métodos fuesen conocidos por los ciudadanos. Ellos querían ser los magos del siglo XX. Según Marx, en las sociedades de la Revolución Industrial, es el grupo dominante —el que posee los medios de producción y la difusión de las ideas— el que impone el sistema de valores. Y este condiciona el conocimiento y, por tanto, el comportamiento de la sociedad. La importancia de Freud es similar a la de Marx en el sentido de que, aunque también se han superado sus paradigmas, sin sus teorías y metodologías no se habría avanzado. Sus aportaciones fundamentales a los estudios de la comunicación fueron identificar la sociedad con unos contenidos específicos (datos, información), la capacidad con la que el individuo proyecta sobre su conciencia esos mensajes y cómo sobrelleva con ellos su existencia diaria.

Finalmente, el grupo social dominante logra que el sujeto-masa cumpla sus objetivos encauzándolo hacia la lógica del poder. En realidad, tanto Freud como Marx estaban hablando de la manipulación emocional, una cuestión en la que las élites estaban muy interesadas y que no iban a desaprovechar. Es a partir de estas premisas y de los primeros intentos de analizar científicamente el comportamiento individual y social de donde surgen los primeros «laboratorios sociales de manipulación» o «ingeniería social» financiados por el clan Rockefeller.

LA ESCUELA DE CHICAGO

Fue a partir de 1910, en la Escuela funcionalista de Chicago —ubicada en la Universidad del mismo nombre, que había fundado en 1890 el magnate del petróleo John D. Rockefeller—, cuando un grupo de estudiosos comenzó a trabajar empírica y cuantitativamente sobre la función de la prensa, centrando sus principales investigaciones en la inmigración y en su integración en la sociedad norteamericana. Los sociólogos de Chicago concibieron su ciudad como un «laboratorio social» debido a la idoneidad de estudiar un espacio al que llegaban gentes de todas partes atraídas por un desarrollo económico expansivo de la Revolución Industrial, lo que había provocado una explosión urbana compleja con sus consecuentes conflictos raciales, de adaptación y marginalidad, que acrecentaron el fenómeno del gansterismo y el crimen. Los inmigrantes europeos, sobre todo los procedentes de Gran Bretaña, Irlanda y Alemania, se asentaron en Estados Unidos, que pasó de menos de 4 millones de habitantes en 1790 a 7 millones en 1810, 13 millones en 1830 y 40 millones en 1870. Al comienzo del siglo XX, tenía 75 millones.

Las cifras eran tan enormes que provocaron una gran inquietud entre las élites, que instaban a realizar un estudio tras otro, asustadas por perder su posición de privilegio. Este crecimiento exponencial de la población dio lugar a una nueva organización social: la sociedad de masas, que se convirtió en objeto de estudio de los sociólogos e intelectuales estadounidenses y europeos, y que originó los análisis de los subsiguientes laboratorios de manipulación. La Escuela de Chicago concluyó, en la época de entreguerras, que la propaganda es más eficaz y barata que las bombas. Y que democracia y propaganda deben ir de la mano para evitar la rebelión de las masas.

Por supuesto que lo principales fondos de inversión han seguido la tendencia de hacerse con todos los medios de comunicación del planeta. También explica la censura a la que se nos ha sometido durante la pandemia y por qué unos científicos son alabados en la prensa y otros ridiculizados y perseguidos. Asimismo, muestra la interconexión existente entre los distintos agentes propagandísticos de la ideología y los objetivos de las élites: presidentes de Gobierno de las naciones y directores de ONG de corte político, animalista, alimentario y farmacéutico; músicos, escritores y artistas; famosos, periodistas y educadores; directores de los órganos ejecutivos de la ONU: OMS, OMC, Unicef.  Y los filántropos.

MASS COMMUNICATION RESEARCH

El también llamado MCR (en español, Investigación de los Medios de Comunicación de Masas) nació cuando la humanidad transitaba de una guerra a otra y sufría las embestidas de la crisis de 1929. Esta nueva escuela epistemológica se dedicó a estudiar aquellos años turbulentos rasgados por las incertidumbres económicas y políticas que desembocarían en la Segunda Guerra Mundial, consecuencia del impacto de la Gran Guerra y su nefasta estela. El MCR surge, por tanto, ante la preocupación y el interés de la élite norteamericana por conocer la reacción ante los estímulos propagandísticos y publicitarios lanzados a la población desde la radio. Para estudiar el proceso de forma empírica y cuantitativa nace «The Radio Research Project», financiado también por la Fundación Rockefeller y dirigido por el sociólogo austriaco Paul Felix Lazarsfeld. Es el primer grupo de investigación cuantitativo de las audiencias de la radio, que incluso empieza a esbozar los perfiles de los oyentes de manera cualitativa por clases sociales y preferencias.

En estas aguas inquietas se revolvían revoluciones industriales, hombre-masa, estructuración alemana y funcionalismo estadounidense, el anticristo y el superhombre de Nietzsche, el bolchevismo, los totalitarismos y las guerras. Y la radio, la prensa, la publicidad y el cine. Vehículos de comunicación peligrosos porque contenían la clave sustancial del ser humano: la creatividad, puerta del conocimiento y del libre albedrío. Por ello, para evitar que cayeran en manos erróneas y que la plebe los usara para usurpar el poder a la élite, debían ser controlados. Las élites sentían el miedo y, con este, el afán de control de la sociedad de masas y la intencionalidad de manipularla a través de la ingeniería social.

Por ello fomentaron el estudio y el análisis de sus costumbres y reacciones ante distintos estímulos y mensajes lanzados desde los medios de comunicación. Como nunca antes, ahora el poder disponía de instrumentos en el campo de la sociología para manipular la intercomunicación. Ello permitía a los científicos adelantarse a las reacciones de la población y, por tanto, predecirlas (dependiendo del mensaje que previamente lanzaban en forma de anzuelo).

De ahí a experimentar cómo alterar todos sus valores morales, con una intencionalidad clara de manejar sus emociones y sentimientos y, finalmente, el comportamiento de los individuos, solo había un paso. De ese modo, el poder anhelaba ganar más poder y más dinero, mientras la sociedad perdía su conocimiento y su libertad. El representante más importante del MCR fue Harold D. Lasswell, defensor de ideas tales como que toda comunicación tiene una intención y que el estudio de la política es el estudio de la influencia y del influyente. Tanto atinó en sus enunciados que, casi ocho décadas después, en la era de la Revolución Tecnológica, la sociedad se mueve al ritmo que marcan los influencers en las redes sociales.

Aunque no han conseguido engañarnos a todos. Este científico desarrolló el conocido como «paradigma de Lasswell»: «¿Quién dice qué, a quién, por qué canal y con qué efecto?». Esa era la pregunta clave, la piedra filosofal de la manipulación de masas. Por ello, este conocimiento que la élite robó a los dioses que custodiaban el alma de la caverna permaneció herméticamente sellado. No quisieron compartirlo. Este investigador señaló, además, que la comunicación de masas tiene tres funciones principales: a) la supervisión o vigilancia del entorno; b) la correlación de las distintas partes de la sociedad en su respuesta al entorno, y c) la transmisión de la herencia cultural.

Los sociólogos Paul F. Lazarsfeld y Robert K. Merton añadirán después una cuarta función: el entretenimiento. En la sociedad líquida del nuevo orden mundial contemporáneo, la tercera función mediática de Harold Lasswell, la transmisión de la herencia cultural, se sustituye por una sobreexplotación del entretenimiento emocional en el que la vieja cultura, ya desgastada e inservible, no se transmite en herencia, sino que se sustituye por nuevos ídolos en mitad de una guerra cultural contra la plebe. Árboles y unicornios contra el amor. Trabajando para el Gobierno norteamericano y la CIA, a principios de 1940 la atención de los investigadores del MCR no solo se centraba en los problemas de la comunicación en Estados Unidos, sino que también empezó a ser de alcance internacional ante la nueva guerra y la implicación del país en ella. La propaganda, ya elevada a rango casi de ciencia por los sociólogos del MCR, se convirtió en un arma más de la guerra, semejante a los misiles y los submarinos.

El objetivo era preparar la moral del pueblo y el espíritu belicista de los soldados, por lo que había que enviar mensajes a la población y a los niños (con tebeos de Walt Disney) sobre la importancia de implicarse y participar plenamente en el combate. Orquestar una estrategia con un programa propagandístico político, primero contra el nazismo y luego contra el comunismo, fue el asunto prioritario del aparato elitista del Estado. En este proceso, C. D. Jackson, el editor de las revistas Time, Life y Fortune, y vicepresidente de Time-Life, Inc., desempeñó un papel esencial como estratega psicológico en el campo de la ofensiva ideológica. Lo que ahora se llama la «batalla cultural». Él redactó los discursos de Eisenhower en la campaña presidencial que lo llevó a la Casa Blanca. Luego se convirtió en su asesor en materia de «guerra psicológica» y en el organizador del comité estadounidense de las primeras reuniones del Club Bilderberg.

En los primeros proyectos analíticos del MCR se manifiesta esta simbiosis entre el poder político y los medios de comunicación, pues esta escuela se dedica al estudio de la propaganda política, de los efectos generados por el crecimiento de los medios de comunicación, y al análisis de la publicidad comercial (marketing) en los medios de masas. Pareciera que la élite del poder había encontrado una bola de cristal con la que predecir el futuro. Si en los periodos antiguos los emperadores y generales no daban un paso sin consultar a sus augures, a quienes llevaban con ellos hasta el campo de batalla, ahora los dominadores habían hallado al fin un método eficaz de adelantarse y predecir el futuro. Era tan fácil como llamar a Lasswell, darle unas variables y esperar la respuesta. ¿Qué mensaje hay que lanzar desde los medios de comunicación para que la plebe crea que sufrimos una pandemia global?

El trabajo del MCR estaba dirigido por la élite político-económica de Washington, tanto en su estrategia política antiaislacionista y expansiva imperialista como en la mercantil. Muchos de sus estudios eran sufragados por la Administración, las fundaciones y la CIA, que habían descubierto en los métodos empíricos de la sociología y de la incipiente ciencia de la comunicación armas muy sofisticadas y sutiles que utilizar. Como bombas invisibles, los mensajes ideológico-culturales rompían barreras antes imposibles de rebasar, penetraban en las mentes y en los corazones de los norteamericanos y traspasaban las impermeables fronteras nacionales con una facilidad tan pasmosa que a los mismos estrategas debía de resultarles un fascinante y novedoso juego para niños. Y así se inauguró una nueva época en la que la industria de los medios de comunicación de masas adquirió, para la Administración y la élite norteamericana, la misma importancia que la industria bélica, revelándoles a los planificadores y estrategas en todo su esplendor los secretos más ocultos de la ciencia por la que Goebbels había convertido a Hitler en un dios para el pueblo alemán y a quien los estadounidenses, con las mismas tácticas propagandísticas, transformarían en un diablo mediático, como hicieron con Trump, porque no pertenece el establishment.

El último miembro del cuarteto fundador del análisis funcional es Carl Hovland, investigador en la Universidad de Yale. Él se especializó en estudiar la persuasión entre los soldados norteamericanos de los frentes del Pacífico y de Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Su objetivo era medir la eficacia de las películas propagandísticas aliadas, comprobando sus efectos en la moral de la tropa, su grado de información y su actitud en combate. Estos estudios de laboratorio dieron lugar, después de la guerra, a una importante serie de investigaciones sobre los modos de mejorar la eficacia de la persuasión de las masas, cuyos experimentos hicieron cambiar la «imagen del comunicador», la naturaleza del contenido y la puesta en situación del auditorio.

Resultó un verdadero catálogo de recetas para uso del buen «persuadidor» y del mensaje persuasivo eficaz, es decir, el que es capaz de alterar el funcionamiento psicológico del individuo e inducirlo a realizar actos deseados por el dador del mensaje sin que aquel sea consciente. Es manipulación subliminal.

LA ESCUELA DE FRÁNCFORT

Como acabamos de ver, la sociología funcionalista y pragmática de Estados Unidos defendía el uso y la aplicación de la propaganda y la persuasión publicitaria en los medios de comunicación de masas como nuevas herramientas para la perfección de la democracia. Se trataba, obviamente, de una democracia de laboratorio manipulada por unas élites ocultas que los ciudadanos no podían ver. Consideraba que eran instrumentos útiles para su control y su regulación, por lo que estaban desarrollando una teoría orientada a diseñar los valores del sistema —el estado deseable de las cosas, el orden social anhelado por la élite—, al tiempo que construían ideológicamente el nuevo orden mundial para lanzarse a la conquista de todo el planeta. En contraposición a sus planteamientos, los críticos a los laboratorios norteamericanos negaban que la democracia saliera ganando y se opusieron con vehemencia a la mecanización comunicativa, instando a la reflexión constante sobre los nuevos medios de comunicación de masas, a los que calificaron como «industria cultural». La contrapartida a la Escuela de Chicago y a la Mass Communication Research fueron los científicos de la Escuela de Fráncfort, ciudad en la que en el periodo de entreguerras de la República de Weimar comenzaron sus análisis Theodor Adorno, Max Horkheimer y Herbert Marcuse, antes de salir huyendo a Estados Unidos ante la persecución nazi.

Surgieron así dos corrientes teórico-ideológicas contrapuestas: la «integrada» del MCR y la «crítica» de la Escuela de Fráncfort. La disidente escuela europea pretendía incluir las investigaciones y teorías del psicoanálisis de Freud en la dialéctica de Marx y Hegel. Y, frente a la posición de muelle del sistema norteamericano del MCR, su postura fue de análisis crítico ante los nuevos fenómenos de ingeniería comunicacional. Adorno, que además de filósofo era músico, tuvo una mala experiencia cuando llegó a Nueva York en 1938. Invitado por Lazarsfeld, comenzó a trabajar en el «Princeton Radio Research Project» para cuantificar los efectos culturales y la reacción de los oyentes ante los mensajes emitidos en los programas musicales de radio.

Es decir, los científicos de la élite estaban experimentando con la música y la letra de las canciones para observar y cuantificar las reacciones de las personas a sus estímulos. En este proyecto, financiado por la Fundación Rockefeller, el austriaco pretendía desarrollar una convergencia entre la epistemología europea y el empirismo tecnológico (la técnica) norteamericano. Adorno quería conocer y el mecenas, manipular. Nada más imposible que aceptar una doctrina que a los mercaderes elitistas norteamericanos les resultó extraterrestre. Los Rockefeller buscaban triplicar el dinero que habían invertido en el proyecto, pero Adorno no estaba dispuesto a poner su inteligencia al servicio del becerro de oro y se marchó tras negarse a efectuar el catálogo de preguntas propuesto por su millonario y filántropo patrocinador.

El científico de Fráncfort no se plegó a las demandas del modelo de radio comercial estadounidense, que impedía el análisis del propio sistema, así como sus consecuencias culturales y sociológicas para las personas. Era un cuestionario que no quería saber nada del qué, del cómo y, sobre todo, del porqué. «Cuando se me planteó —contaría más tarde— la exigencia de “medir la cultura”, entendí que la cultura debía ser precisamente aquella condición que excluye una mentalidad capaz de medirla». Adorno compartía con Horkheimer —ambos fueron los creadores del concepto «industria cultural»— el dogma de que la cultura había perdido su potencial crítico y se había convertido en el fuego del mecanismo social. Sin embargo, tampoco consideraban a los consumidores de cultura como sujetos inocentes a quienes las estrategias de producción anularan la voluntad. Ambos no solo denunciaron las estrategias de la producción cultural, sino que hicieron responsables a las masas de «aferrarse obstinadamente a la ideología mediante la cual se las esclaviza». La Escuela de Fráncfort consideraba que las industrias culturales generan el concepto de «pseudocultura», que es la superestructura ideológica de la sociedad industrial avanzada. En esta fase, las élites precisan unos trabajadores intelectual y culturalmente preparados, pero hasta un límite. En realidad, lo que buscan es inyectarles el veneno de su pseudocultura, artificialmente maquinada en sus laboratorios. Una vez alcanzadas las técnicas básicas para desarrollar su oficio y los trazos de una cultura única y homogénea para las clases medias y bajas, la adquisición del conocimiento se neutraliza con el fin de evitar que las personas sean conscientes y críticas con una situación que ha sido diseñada especialmente para ellos.

Los sociólogos de la Escuela de Fráncfort defendían un compromiso social, pues consideraban que los intelectuales no solo debían trabajar en pos de la verdad, sino que su obligación moral y ética era cambiar el mundo a través de la razón y, como consecuencia, alcanzar una sociedad basada en el racionalismo. Aquí estaba la grieta. Porque de esta escuela crítica surgieron unos discípulos, una corriente militante contra la religión, que no supo o no quiso realizar un análisis estructural de las distintas piezas que articulan las religiones humanas. De este modo, los sociólogos propagaron, sin el análisis crítico que promulgaban, una popular sentencia marxista que atenta directamente contra la libertad del individuo: «La religión es el opio del pueblo». Ya que la religión forma parte indivisible de la superestructura de todas las civilizaciones de la Tierra, la estrategia de no analizarla a fondo forma parte de la imposición de la «pseudocultura» elitista para ayudar a implantar su nuevo régimen totalitario, su nuevo orden mundial.

El famoso autor Yuval Noah Harari es su último agente propagandista contra la religiosidad del individuo. Como último dato interesante sobre los sociólogos de la Escuela de Fráncfort que trabajaron en la de Chicago, subrayar que algunos de ellos se volvieron funcionalistas al servicio de las élites. Marcuse, que había criticado el totalitarismo de la Unión Soviética, acabó ayudando a construir el de Estados Unidos. El general William Donovan (Wild Bill) de la OSS, precursora de la CIA, lo infiltró en la universidad como profesor, donde analizó la psique estudiantil para conocer cómo manipularla mejor. Una beca de la Fundación Rockefeller lo financió para estudiar el orden comunista de la Unión Soviética y, casualmente, acabó siendo uno de los gurús del laboratorio del Mayo Francés de 1968. La Fundación Rockefeller financió a Horkheimer para que regresara y analizara la sociedad alemana en 1948. John McCloy, subsecretario de Guerra durante la Segunda Guerra Mundial, que tenía grandes vínculos en Berlín, era entonces uno de los consejeros de la entidad (1946-1949). Como miembro de la red de la élite, McCloy fue el primer director del Banco Mundial, presidió el Chase Manhattan Bank y el Consejo de Relaciones Exteriores, y fue miembro del Club Bilderberg.

TAVISTOCK INSTITUTE

En 1947 se fundó en Gran Bretaña el Tavistock Institute of Human Relations (TIHR), que centraba sus observaciones y resultados en las relaciones individuales y grupales. Con sede en Londres, estaba conectado a una red de laboratorios sociales distribuida por todo el planeta, como la Rand Corporation, varios departamentos del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts), el Centro de Investigación Stanford, el Instituto Hudson, la Fundación Heritage y el Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Georgetown, donde el personal del Departamento de Estado recibía formación y se gestionaba gran parte de la acción manipuladora global.

Los trabajos iniciales de la institución original, la Tavistock Clinic, empezaron a desarrollarse en la década de los años veinte del siglo pasado, una vez finalizada la Primera Guerra Mundial, con la investigación de las posibilidades que ofrecía el control mental. Su objeto de estudio fue la «neurosis de guerra», que provocó un «punto de ruptura» del equilibrio psicológico de los soldados británicos debido al intenso estrés sufrido en el conflicto, entre otros motivos, por el terror a los bombardeos.

Posteriormente, el método científico fue aplicado al campo general de la conducta humana. El antecedente de los soldados sirvió para orientar la búsqueda de las causas y los condicionamientos que llevan a una persona a perder el control mental y el contacto con la realidad anterior para dejarla indefensa ante nuevos estímulos. Es la disonancia cognitiva, similar a las técnicas desarrolladas en la pandemia. La meta era quebrar la fortaleza psicológica del individuo y, por ello, se esforzaron en encontrar las variables que debían aplicar a cada caso concreto, dependiendo del resultado que desearan alcanzar.

El fin siempre es el mismo: el control. Se afanaron en hallar las claves de desintegración o descomposición social para modificar las percepciones individuales que alteran las creencias o los valores previos. Los científicos de Tavistock y sus socios descubrieron que un individuo que pierde su raíz es más fácilmente sugestionable y, por ello, había que destruir el núcleo familiar y los principios religiosos, sexuales y de toda índole inculcados desde la niñez por la cultura tradicional. Justo lo que hacen hoy. La interacción de los mass media, las directrices de los métodos educativos, la creación de las distintas modalidades de ocio, la manipulación de la opinión pública y la inducción a la narcocontracultura juvenil juegan un papel primordial en el proceso de lavado de cerebro que facilita el control conductual.

Creemos, por ejemplo, que nuestra opinión acerca de determinados asuntos está formada desde la libertad, pero para que sea así es necesario poseer toda la información del hecho concreto que queremos analizar antes de decidir. Nuestra opinión estará siempre condicionada por las versiones maniqueas e incompletas diseñadas por expertos y transmitidas por los tertulianos de la televisión (izquierda-derecha, nacionalismo-globalismo…). La introducción de las drogas en el microcosmos adolescente es uno de los mecanismos que mejor ha funcionado para controlar y manipular a los individuos en su fase vital de desarrollo y de mayor energía. El Tavistock Institute se percató del poder de acción ilimitado de los jóvenes y, por ello, se apresuró a encontrar métodos que frenaran su considerable potencial.

Encontraron en las drogas los vehículos más efectivos para provocar la inacción de la juventud, pues la atonta, la instala en la inercia, su uso continuado genera psicosis, depresiones, temores infundados, apatía, pérdida de confianza y autoestima, paranoias y otras enfermedades mentales, algunas irreversibles. La estrategia de la prohibición fue muy eficaz, ya que estimuló el deseo de consumo en esa franja de edad en la que la rebeldía actúa como bandera identificativa y de cohesión grupal. Lo grave es que los jóvenes consumidores no son conscientes de la forma en la que están siendo condicionados por los controladores sociales, y tampoco perciben que la droga no va a solucionar sus problemas, sino que los acrecienta, y que a veces es demasiado tarde para reaccionar. Pero con todos los estímulos bombardeándoles al mismo tiempo, los jóvenes son víctimas de una guerra cultural.

Algunos perciben las bombas, pero ignoran a los atacantes y sus mecanismos. De la prohibición ahora las élites están pasando a la estrategia de la legalización. En la versión uruguaya de Los amos del mundo están al acecho analizo el laboratorio social que han iniciado en Uruguay para este fin, en el que se han asociado George Soros, los Rockefeller y el expresidente José Mujica. La CIA utilizó a sus propios funcionarios, administrándoles LSD para estudiar sus reacciones, lo que produjo varias muertes. Se trataba del programa MK Ultra, originado cuando la firma farmacológica suiza Sandoz AG, propiedad de S. G. Warburg Co., desarrolló el ácido lisérgico (LSD). James Paul Warburg, consejero de Roosevelt, creó el Institute for Policy Studies para promocionar la droga. El resultado fue la narcocontracultura del LSD de los años sesenta, la llamada «revolución de los estudiantes», que fue financiada con 25 millones de dólares por la CIA, vinculada a las élites de Washington. La agencia tiene un departamento de contrainformación y propaganda que financia películas, series y libros, y que está infiltrado en las redes sociales, así como en los medios de comunicación. La introducción de las drogas fue reforzada por la corriente de los grandes festivales de música rock, como proceso de experimento social destinado a lavar el cerebro de los adolescentes inadvertidos. Era una anarquía juvenil de laboratorio.

La narcocontracultura no solo viene causando un daño emocional y material en la psique juvenil, sino que los grandes narcotraficantes se han independizado de sus amos, creando guerras y desórdenes que escapan a su control. Los centros de ingeniería social han desarrollado tal influencia en Estados Unidos que nadie sobresale o triunfa en algún campo sin haber recibido formación en ciencias del comportamiento en alguna de sus filiales.

Como ven, todo el tema del globalismo abarca muchísimas aristas y por eso, prometemos una IV entrega de ésta saga sobre el tema y aprovechamos para agradecer a la investigadora, la Dra. CRISTINA MARTÍN JIMENEZ, pues sin su trabajo, no hubiésemos podido hacer una entrega tan detallada y completa.

Por admin

2 comentarios en «GLOBALISMO Y LOS MEDIOS (PARTE III)»
  1. Hace diez años que investigo a ésta élite, y puedo asegurar que son satánicos , he pensado que ellos son el anticristo
    que habla la biblia de los cristianos ,por toda su maldad y el odio a la humanidad, además no creen en el Dios verdadero . su dios es un dios maligno, a quién le hacen sacrificios , son pedófilos , asesinos , son seres sin alma , no parecen humanos , es una raza de víboras como dijo el mesías de las religiones, el cristo supo reconocerlos muy bien , como hoy los reconocemos los que hemos investigado .

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