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Explicar con todos los pormenores lo que es el globalismo es una tarea extensa pero necesaria en estos tiempos, sobre todo en vísperas de una nueva elección, y sobre todo para entender un poco los tiempos que nos está tocando vivir.  El debate sobre la existencia de poderes internacionales es de larga data, poderes erigidos por personajes de gran poder e influencia a fin de moldear el mundo conforme a sus creencias.

El surgimiento de la religión cristiana -mucho más que cualquier imperio-, llevó hasta los confines del mundo esa extensión de una cosmovisión concreta, creando una red mundial de «agentes» e «informantes», como son los sacerdotes, por lo general, incondicionalmente entregados a su misión. A través del cristianismo es como se ha construido la civilización occidental, algo que ha sido contestado a lo largo de los siglos por ciertos poderes que han dado respuesta a la religión cristiana (y más específicamente al catolicismo) y a la misma civilización.

De entre ellos, primero los Iluminatis de Baviera y luego la masonería -o mejor: las masonerías-, la gran organización internacional extendida por el mundo que ha venido actuando de forma secreta (por más que sus miembros insistan en su carácter meramente discreto antes que secreto). La importancia de la masonería en la historia ha sido enorme, tanto en el mundo anglosajón como en el latino, aunque los manuales de historia de bachillerato y universitarios tratan de ocultarlo.

Claro que quizá precisamente esto demuestre su importancia. De modo que, sin negar el impacto que la masonería pueda seguir teniendo en el siglo XXI, su edad de oro parece haber pasado, superada por otros organismos internacionales menos ritualistas (aunque no completamente exentos de doctrina) y más acordes a las demandas de los tiempos.

¿Cuáles son esos organismos? No hay una respuesta definitiva, porque el entramado globalista es complejo y no obedece a una estructura prefijada de antemano. Pero, en esencia, podemos precisar que se generó tras la Primera Guerra Mundial, durante la presidencia de Woodrow Wilson. Hasta ese momento, la política exterior de Estados Unidos estaba orientada a la expansión por el continente americano; de hecho, Wilson dudó acerca de involucrar a su país en el conflicto europeo tras haber prometido a los electores, como haría F. D. Roosevelt veinte años más tarde, que mantendría a sus hijos lejos de la guerra que se libraba en Europa.

En términos temporales —y de importancia, incluso en nuestros días— el organismo globalista por excelencia es el Council on Foreign Relations, el Consejo de Relaciones Exteriores (CFR). Suele aparecer de forma más bien tangencial en los relatos que hacen referencia al globalismo, sin concedérsele la relevancia que merece. Porque estamos, con seguridad, ante la institución globalista más decisiva.

Se trata de una organización creada en 1921, pero cuyas raíces se encuentran en 1917, con la creación del grupo The Inquiry (La Consulta), a requerimiento de Wilson, para elaborar las condiciones de paz de cara al fin de la guerra (la Primera Guerra Mundial) y al establecimiento del orden de posguerra. Estaba compuesta por unos 150 miembros, 21 de los cuales participaron en el Tratado de Versalles en 1919; sus principales dirigentes fueron el diplomático Edward Mandell House y el conocido periodista Walter Lippmann.

Impusieron sus tesis a los aliados de forma decisiva para la construcción de la Europa de entreguerras. Aunque no cabe duda de que los componentes de The Inquiry estaban altamente cualificados como historiadores, sociólogos, filósofos, geógrafos u hombres de leyes, el resultado de su aportación es bien conocido: la reordenación geográfico-política de Europa, tras el Tratado de Versalles, que sería una de las principales causas de la Segunda Guerra Mundial.

El doctrinarismo liberal-progresista de sus propuestas se revelaría como la más funesta receta para el mundo de posguerra. El grupo cuajaría en una más firme organización en 1921, que sería conocida como el Council on Foreign Relations, orientada a la política exterior. Desde ese momento, el CFR promueve la globalización, el libre comercio, las desregularizaciones financieras internacionales y la creación de bloques económicos regionales por todo el mundo (y no necesariamente la creación de un único mercado mundial sin fronteras).

El CFR es la agencia mundial más poderosa. El CFR constituye el núcleo de lo que se hoy se denomina el Deep State, el poder permanente de Washington sobre las distintas administraciones, de carácter intervencionista, y generador de un buen número de conflictos por todo el mundo. Su centro principal está radicado en Nueva York, en Harold Pratt House, en la esquina de Park Avenue y la calle 68, en el Upper East Side. La sede central fue donada en abril de 1945 por Harriet B. Pratt, casada con uno de los herederos de la Standard Oil (más tarde incorporada a la petrolera de John Rockefeller).

John Davidson Rockefeller

Está compuesto por muy destacadas personalidades de la política; a lo largo del tiempo ha oscilado entre los mil y tres mil miembros. Desde los años cincuenta, muchos presidentes estadounidenses (y, desde luego, todos los equipos de estos) han pertenecido al CFR con la excepción de Ronald Reagan —si bien su vicepresidente George Bush sí era miembro del club—; tampoco fue miembro George W. Bush, hijo del anterior, pero su equipo, íntegramente, pertenecía al CFR; ni Lindon B. Johnson, aunque desde luego todo su equipo lo era; ni, por supuesto, Donald Trump, visto por el Deep State como el enemigo a batir (lo que, desde luego, aparentemente han conseguido).

Por tanto, y con la reseñada excepción de D. Trump, tanto los demócratas como los republicanos son hijos del CFR. Los políticos de alto rango, -ya lo hemos visto-, han pertenecido al consejo; y no solo los presidentes. Los directores de la CIA, en su totalidad, han salido de entre sus miembros, con la sola excepción de James Schlesinger, quien fue director de la CIA entre febrero y julio de 1973, haciendo célebre la frase de su toma de posesión: «Estoy aquí para asegurarme de que nadie joda a Richard Nixon». Recordemos que, por aquellas fechas, estaba en ebullición el escándalo Watergate, y que Nixon había sustituido a Richard Helms al frente de la CIA, quien se había negado a protegerle. En esos seis meses, Schlesinger purgó la agencia de todo elemento que pudiera poner en riesgo los intereses de la Casa Blanca. Tan eficaz fue su labor que, a continuación, fue designado secretario de Defensa.

Y la CIA siguió en manos de miembros del CFR. Naturalmente, no se trata solo de políticos. Estos, las más de las veces, no son sino correas de transmisión de otros intereses, de los que son ejecutores; el CFR aglutina personajes del mundo de la comunicación, de las finanzas, del espectáculo, del ejército.8 A nadie extrañará que los medios de comunicación estén abundantemente representados en él. Ejecutivos Ejecutivos del New York Times, del Washington Post, Wall Street Journal, CBS, NBC, Los Angeles Times, ABC, FOX, Fortune, Business Week o Time forman parte activa del CFR: casi trescientos de los principales periodistas del país. La función de la prensa es siempre esencial, puesto que el imaginario social se conforma según los intereses que financian los medios. Y, por supuesto, cuenta con actores de enorme relevancia mundial como George Clooney o Angelina Jolie, entre muchísimos otros.

El actual presidente es Richard N. Haass, diplomático estadounidense que viene de trabajar para el Departamento de Estado, con particular dedicación al secretario de Estado Colin Powell. Pero quien verdaderamente controla el CFR es el Instituto Carnegie, una fundación que maneja unos 2.000 millones de dólares, radicada en Washington y que mantiene unos lazos muy próximos a la Fundación Rockefeller. Ambas fundaciones fueron pioneras en Estados Unidos de las teorías eugenésicas, que llevan promoviendo desde comienzos del siglo XX.

El CFR funciona a través de diversos comités de unas veinticinco personas, que reúnen a industriales, militares, intelectuales, profesionales y financieros. De aquí salen los grupos de estudio que son financiados con becas de las fundaciones Carnegie, Rockefeller, Gates o Ford. Las fundaciones juegan un papel decisivo, pues el mantenimiento de las funciones del CFR (o de otras instancias de poder privado) depende de ellas. Pero ¿quiénes están al frente de las mismas? Son varias las fundaciones que, a lo largo de los últimos años, han estado promoviendo el globalismo; y, de entre todos los protagonistas, hay que reseñar a David Rockefeller, cabeza del CFR y de Bilderberg. Nacido en 1915 en Manhattan, David Rockefeller era nieto del magnate del petróleo John Davidson Rockefeller, fundador de la Standard Oil; cuando murió en 2017 —y teniendo en cuenta los ingentes gastos en que había incurrido—, David poseía una fortuna estimada por la revista Forbes en 3.300 millones de dólares. Pero la relevancia de David Rockefeller no estriba en sus exuberantes ahorros e inversiones, sino en el poder que acumuló hasta convertirse en el pilar del sistema financiero mundial a través del JP Morgan Chase.

David Rockefeller

Esta institución ha financiado durante décadas a grandes corporaciones como General Electric y Exxon Mobil. Hoy, el Chase cuenta con la mayor red de sucursales a nivel mundial, unas cincuenta mil, y de sus directivos salen los cuadros del Banco Mundial y de la Reserva Federal de Estados Unidos. Las conexiones entre los ejecutivos de estas grandes instituciones han sido muy evidentes. De hecho, Exxon, la segunda empresa en caudal monetario, y la empresa con mayor capitalización bursátil de todo el mundo, procede de la originaria Standard Oil, ligada a la familia Rockefeller.

Durante años Exxon y el clan Rockefeller han estado en disputa, ya que este último abandonó la explotación petrolífera alegando el daño climático, en medio de duras recriminaciones mutuas que, por encima de cualquier otra consideración, han tenido la virtud de mostrar a las claras la existencia de profundos vínculos entre ambos. En cualquier caso, David Rockefeller ha sido alma de la globalización durante muchas décadas. La variedad de sus intereses ha abarcado, como la prensa estadounidense recordó a su muerte, «desde la conservación del medio ambiente hasta las artes», según prueban las increíblemente copiosas donaciones que ha efectuado, ampliamente superiores a los 1.000 millones de dólares.

Durante la mayor parte de su vida, David Rockefeller fue un constante viajero. Pero, aunque no dejó de subirse a aviones, dirigía su imperio desde la oficina familiar de Nueva York. Se servía para ello de la enorme cantidad de parientes pertenecientes al tronco principal de la familia, con quienes se reunía dos veces al año. ¿A quién ha financiado David Rockefeller? A una increíble variedad de organizaciones, cuya diversidad es buen reflejo de la intencionalidad que animaba al «filántropo». Así, nos encontramos con Greenpeace, y esta no es la menor de las inversiones de Rockefeller. El magnate financió a la ONG ecologista a través de Standard Oil, la multinacional petrolera perteneciente a la familia Rockefeller (de hecho, Greenpeace ha participado de la Royal Dutch Shell, otra petrolera, holandesa esta vez, y tan contaminante como la primera).

Y no solo eso: las tres fundaciones principales de la familia Rockefeller colaboran abundantemente a la ONG verde. La Rockefeller Found está relacionada también con JP Morgan y con Citybank, ambas con sustanciosas participaciones en diversas petroleras. Sin olvidar a la Marisla Foundation, de la petrolera de JP Getty. No parece que a Greenpeace le moleste ser financiada por fundaciones ligadas a la industria petrolera, a los gigantes de la comunicación y al sector nás contaminante. Éste juega también un importante papel, particularmente la General Motors, propietaria de Cadillac, Chevrolet o Hummer. No hay industria más contaminante que la petrolera y la automotriz, generosos financiadores de Greenpeace. Sin olvidar a los medios de comunicación, como la fundación de Ted Turner y de la potentísima AOL Time Warner, que le sirve para gestionar desde la CNN y TNT hasta Warner Brothers.

No necesita mayor explicación el que cada acción de Greenpeace sea exhibida en las televisiones de medio mundo en tiempo real; de eso se encargan sus financiadores.

Desde los años setenta existe una serie de organizaciones ecologistas, como World Wildlife Fund
-presidida en su día por el príncipe Bernardo de Holanda, uno de los fundadores del Grupo Bilderberg—, que también sirven a los fines de dicho club.

Los defensores más radicales del cambio climático y del calentamiento global encuentran sus inspiraciones en círculos muy cercanos al club: el ecologismo ideológico justifica la necesidad de controlar el crecimiento humano, e incluso de disminuir la población en miles de millones de personas —la humanidad es definida como «una plaga»—, con el argumento de que dañan la Tierra.

La labor fundamental de David Rockefeller ha sido la de articular un sistema mundial de organizaciones que controlen a los gobiernos y sus políticas económicas a través de las finanzas. Para ello, contribuyó a la fundación de Bilderberg en 1954, el club que agrupa a los principales financieros, a los más importantes jefes de gobierno y a los principales representantes de medios de comunicación del mundo.

Se dice que su agenda contiene los datos de las 150.000 personas más poderosas del mundo. Su labor al frente de Bilderberg ha sido esencial durante todos estos años, imponiendo el silencio sobre todo lo que allí se hablaba (mientras exigía la máxima discreción a los invitados). El propio Rockefeller valoró públicamente ese silencio, cuando en 1991 hizo público su agradecimiento «al Washington Post, al New York Times, a la revista Time, y a otras grandes publicaciones cuyos directores han acudido a nuestras reuniones y han respetado sus promesas de discreción durante casi cuarenta años. Hubiera sido imposible para nosotros haber desarrollado nuestro trabajo si hubiéramos sido objeto de publicidad durante todos estos años».

David Rockefeller y Henry Kissinger han sido desde sus inicios la columna vertebral del globalismo.

Henry Kissinger

No es solo el CFR es protagonista; ahora lo es también Bilderberg, junto a Donald Rumsfeld o los Clinton, en los últimos años. De hecho, Bilderberg fue criatura predilecta de David Rockefeller, aunque al no lograr atraer a Japón puso en marcha la Comisión Trilateral (denominada original originalmente Comisión Internacional para la Paz y la Prosperidad) en 1973, a instancias de la mente de Zbigniew Brzezinski —personaje central del Consejo para las Relaciones Exteriores (CFR)—, que sería su primer director.

La Comisión Trilateral ha provisto de un sinfín de expertos en todo tipo de materias a las sucesivas administraciones estadounidenses, mientras que cuatro presidentes de Estados Unidos han pertenecido a ella (dos demócratas y dos republicanos, en perfecto equilibrio: Clinton y Carter, y Bush y Ford). El secretismo de Bilderberg fue desvelándose poco a poco, en especial desde comienzos de los noventa. Algunas de las declaraciones de David Rockefeller han sido desmentidas, como la que se le atribuye en una cena de embajadores de la ONU en 1994 y en la que anunciaba que nos acercábamos a un momento clave de la historia: «Estamos —dijo— al borde de una transformación global.  Lo que necesitamos es una gran crisis, y todo el mundo aceptará el Nuevo Orden Mundial».

Zbigniew Brzezinski

Las reuniones Bilderberg mantenidas hasta ese momento, permanecieron en el anonimato con la activa colaboración de los medios. Los encuentros se vienen celebrando desde 1954, acogiendo anualmente a unos 130 multimillonarios de los cinco continentes, junto a dirigentes políticos y propietarios de grandes medios de comunicación de todo el planeta, más las principales monarquías europeas y los grandes financieros: es decir, a las más poderosas e influyentes personalidades del mundo.

Aunque se ocultó y se dijo por décadas que el Club Bilderberg era una “teoría conspirativa”, finalmente ha podido ser admitido, una vez que se ha estimado al público preparado para aceptarlo.

Con periodicidad anual, hacia finales del mes de mayo o principios del de junio, se vienen reuniendo en alguna localidad de pequeño o mediano tamaño, en un complejo hotelero de lujo que les procure la mayor discreción posible. El secretismo ha sido completo, aunque hoy ese aspecto ya no sea tan necesario. Si hasta hace escasos años, mentar el Club Bilderberg levantaba las peores sospechas, hoy Bilderberg ha saltado de los libros de culto y de los círculos de iniciados a los titulares de la prensa generalista.

Desde el propio club se justifica la ausencia de transparencia porque así se favorece una mayor franqueza en el diálogo. Pero ¿cómo nació esta organización?

El Club Bilderberg recibe su denominación del hotel de la localidad holandesa de Oosterbeek en el que se celebró el primer encuentro de los más altos mandatarios mundiales, que tuvo lugar en mayo de 1954. Su anfitrión fue el príncipe Bernardo de Holanda, a través de quien se convocó a numerosas personalidades interesadas en frenar la expansión del comunismo.

De hecho, el propio club proclamó que el objetivo de la reunión era el de «colaborar a una línea política común entre los Estados Unidos y Europa», así como oponerse al «comunismo y a la Unión Soviética». El príncipe Bernardo mantenía contacto a los más altos niveles con los estadounidenses, los británicos y los europeos occidentales (como antes los había mantenido con el Tercer Reich), impulsando la constitución del Mercado Común que se estaba cociendo, para lo que utilizó los oficios de los poderosos bilderbergers.

La visión de estos trascendía la idea de que el Mercado Común constituía un espacio económico de libre mercado: «No es completamente desacertado decir que estamos a favor de la creación de un gobierno mundial; una cosa así sería algo positivo». Acorde a los principios que se proclamaron en los últimos estadios de la Segunda Guerra Mundial, el objetivo esencial del Club Bilderberg es el de la creación de un Nuevo Orden Mundial.

Bilderberg 2016

Ese escenario debe prepararse a través de los grandes medios de comunicación del mundo y de las principales corporaciones financieras. Los responsables de las más desarrolladas economías mundiales ponen en común sus planes y propósitos junto a las empresas más poderosas, a las que sirven al margen de todo control político. El sueño bilderberg es la creación de un mercado único mundial a largo plazo, un mundo sin barreras, lo que exige la destrucción del estado-nación: la herramienta es la transferencia de las soberanías nacionales a las instituciones supranacionales que, naturalmente, ellos controlan.

Pero los globalistas tienen claro que hay que avanzar por etapas; por eso no siempre es cierto que impulsen los procesos más abiertos de destrucción de las uniones regionales, como es el caso de la Europa comunitaria, sobre la que hay distintas visiones dentro del globalismo. En cualquier caso, no cabe duda de que Europa ha venido siendo un conejillo de Indias para la construcción del Nuevo Orden Mundial, algo cada día más abiertamente admitido.

Así, otro distinguido globalista, Javier Solana, ha aseverado que «el papel de Europa es fundamental. Europa puede y debe ser, si me permiten la expresión, un laboratorio de lo que pudiera ser un sistema de gobierno mundial». Para construir creíblemente dicho poder mundial es necesario preservar una apariencia de pluralidad, por lo que pertenecen al club tanto sectores progresistas como liberales y conservadores, tratando de mantener un cierto equilibrio entre ellos.

Lo esencial es que compartan los objetivos globalistas. Pero no parece tan sencillo convencer a los estados-nación de que cedan su poder sin más. Por eso, en primer lugar, han tenido que captar a la oligarquía política local, hoy ya dispuesta a considerar a sus propios países como una especie de protectorados del poder mundial. La tarea de los gobiernos nacionales de los países europeos con respecto al poder de Bruselas cada vez se parece más a la de los sultanes norteafricanos que sometían a sus pueblos al dominio británico o francés para obtener ventajas personales o familiares. Las relaciones se establecen entre la casta indígena y el poder colonizador, convergiendo ambos en una identidad de intereses que termina haciendo del poder nativo un factor de aherrojamiento de su propio país.

Los pueblos ya no deciden nada sustancial; esas decisiones las toman las élites globalistas. Los políticos nacionales solo gestionan las determinaciones de la oligarquía transnacional. En último análisis, a los políticos colaboracionistas les sería muy difícil escapar a dicho control aunque quisieran, ya que la deuda les sujeta a los principales organismos de crédito mundiales.

La estructura de Bilderberg se articula en tres niveles. En el primero, los invitados, que son convocados cada año, y que no tienen más peso que el que los convocantes les quieran dar. Algunos de ellos son llamados para consultas, para rendir cuentas o para atraerlos hacia una mayor permanencia en la organización. En el segundo nivel, la comisión directiva que organiza el funcionamiento del Club, compuesta por 33 miembros. Sobre ellos, en el tercer nivel, se encuentran quienes toman las decisiones estratégicas: durante décadas ese poder lo han ejercido David Rockefeller y Henry Kissinger, convenientemente acompañados de quienes detenten en cada momento el poder efectivo a un muy alto nivel, como puede ser el caso de los Clinton. No podemos olvidarnos de figuras como Donald Rumsfeld, que recoge el legado de los clásicos bilderbergers como Zbigniew Brzezinski, hombre de Henry Kissinger y elegido por David Rockefeller para la creación de la Trilateral, fallecido en 2017, pero cuya influencia es difícil de exagerar.

Particular mención merece Hillary Clinton, una bilderberger casada con un notorio miembro de la institución, la mejor embajadora del aborto y del control poblacional en todo el mundo. Las políticas de ayuda al desarrollo promovidas por ella al amparo de la ONU o del gobierno de Estados Unidos han condicionado dicha ayuda a la adopción de políticas de lo que llaman «salud reproductiva» por parte de los estados receptores de las riadas de dólares que se prometen… solo si los gobiernos incluyen el aborto como un derecho en sus legislaciones.

En abril de 2015, Hillary Clinton pronunció unas imprudentes palabras en las que afirmó que «los gobiernos deben emplear sus recursos coercitivos para redefinir los dogmas religiosos tradicionales».  Los medios bilderberger, cuya estrategia es notablemente más cauta, trataron de silenciar dichas declaraciones, conscientes de que revelaban una estrategia que alejaba a la señora Clinton en la presidencia estadounidense en 2016. Pero el asunto se desbordó, y acabó resultando escandaloso.

Hillary Clinton

Finalmente, y pese a su abrumador favoritismo inicial, perdió las elecciones. De Bilderberg han salido, también, los responsables de las economías europeas cuando hubo que buscar recambios para afrontar la crisis de 2008 y asegurar, al mismo tiempo, la fidelidad al proyecto globalista. Así, tanto Mario Monti como Lukás Papadimos eran miembros de la Comisión Trilateral, institución que mantiene fuertes vínculos con Bilderberg. Por supuesto, Bilderberg cuenta con muchas de las principales cabeceras de la comunicación internacional. Es el caso de la agencia Reuters, que pasa por ser una agencia informativa general, aunque lo cierto es que una gran parte de su actividad está relacionada con los mercados financieros. Su director ejecutivo durante diez años, Peter Job, fue también asiduo de Bilderberg.

Los medios de comunicación se han mostrado particularmente colaboradores; en un breve listado, se ha relacionado con Bilderberg a la CBS, The Economist, The Washington Post, US News and World Report y The Observer. También al magnate canadiense Conrad Black, y al norteamericano Rupert Murdoch, a la ABC, a la BBC, al The Wall Street Journal, la CNN, El País, Financial Times, Die Zeit, London Times y Le Figaro, entre los más señalados. Además de ellos, no faltan a sus reuniones los grandes magnates globalistas, como Bill Gates, Ted Turner y George Soros, frecuentes invitados del Club.

Entendamos que Bilderberg compone, pues, junto con la Comisión Trilateral y el CFR, el centro de decisión mundial del globalismo, desde donde utilizan herramientas, causas, ideologías y organismos como la ONU, para llevar a cabo toda su agenda.

En una segunda parte, vamos a contar como se estructura “El Nuevo Orden Mundial”, sus actores, las caras visibles, y la relación con la pandemia, porque evidentemente si la hay, y muy estrecha.

Reconociendo especial al escritor español, Fernando Paz.

Por su aporte investigativo para lograr el presente artículo.

Por admin

5 comentarios en «Entendiendo EL GLOBALISMO (parte1)»

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